Historia de vida de Pepita Andrés

por | Jul 21, 2021 | Testimonios | 0 Comentarios

Nombre: Josefa Andrés Roig

Edad: 90 años

Centro residencial: Residencia L’Acollida

Mi infancia

Me llamó Pepita Andrés. Tengo 90 años. Nací un 23 de noviembre del año 1930 en Valencia. Desde muy pequeña me ha gustado saber y escribir.

Mi papá era agente comercial y tenía unas representaciones muy buenas. Era muy trabajador, pero también le gustaba mucho viajar. A mí me gustaba mucho ayudarle y le decía: “Papá, yo quiero ayudarte”. Él me dejaba su máquina de escribir y yo escribía. No recuerdo qué escribía, pero sí que le ayudaba y escribía lo que me decía.

Como a mi padre le gustaba mucho viajar, los domingos y los festivos nos íbamos mi hermana y yo con mis padres a visitar distintos pueblos y ciudades de España.

A mi papá le gustaba mucho que le ayudara. No sé si lo hacía bien o mal, pero él estaba muy contento de que lo hiciese. Dicen que yo era la niña de sus ojos y estaba muy contento conmigo. Yo disfrutaba mucho ayudándole y él estaba loco conmigo.

Tras visitar muchos lugares de España, empezamos a salir al extranjero. Aunque era una cría me gustaba que me explicaran cada rincón que visitábamos. Siempre he sido muy formal.

He de decir que a pesar de que haber pasado la guerra, en mi casa no nos faltó nunca nada, ni cuando estábamos en guerra ni después.

Hice mi primera comunión en la capilla de Nuestra Patrona de la Virgen de los Desamparados y después lo celebramos en familia.

Cuando terminó la guerra fuimos a veranear a Cortés de Arenoso, un pequeño pueblo perdido entre montañas, el último de la Comunidad Valenciana. Era el pueblo de mi tío Miguel, el marido de Amparo, la hermana de papá. Tenían una gran casa. En la plaza no había ninguna diversión. Para pasar el tiempo, me sentaba con mi hermana y una prima para ver cómo los chicos jugaban a la pelota.

Muchas veces terminábamos comentado sobre lo que pasó en la guerra. Recuerdo a Manolo, hijo del alcalde y veterinario del pueblo. Siempre hablábamos juntos de nuestras familias, de la guerra, etc.

Mi juventud

Cuando terminé de estudiar, fui a la Beneficencia a bordarme la ropa que gastas cuando te casas. La llevaban las monjas de San Vicente de Paul. Creo que fui durante dos años.

Mis padres tenían muy buena relación con las monjas, tanta que cuando a papá les dijo que quería ir a Sevilla en Semana Santa pero todos los hoteles estaban completos, la Superiora consiguió que su primo nos hospedara en su casa.

Allí conocimos a una chica pobre que ayudaba a las monjitas en todo. Ellas a cambio la mantenían. Mis padres le ofrecieron venir con nosotros a pasar los al pueblo y trabajar en las naranjas para que le diese el aire y el sol. Mis padres le ofrecieron también la oportunidad de quedarse con nosotros como una hija más. Sin embargo, ella quería ser religiosa y únicamente venía a pasar los veranos con mi familia.

Manolo

Como ya he escrito, iba bordar y salía a las siete de la tarde. Un día al salir me encontré con Manolo. Me dijo que pasaba cerca y al acordarse de que yo iba allí a bordar ropa quiso esperarme a que saliera de trabajar. Nos pusimos a hablar, no recuerdo bien ni de qué, supongo que recordamos cuando éramos pequeños en el pueblo. Lo que sí que recuerdo es que esa tarde se me olvidó subir a ayudar a mi papá.

Cuando entré en casa mis padres me preguntaron qué había pasado, por qué no había subido a la hora de siempre. Les expliqué que había venido Manolo a esperarme a la salida y me había preguntado si podía venir al día siguiente también a esperarme. En ese momento, mis padres se miraron y me preguntaron si pensábamos casarnos. Yo les comenté que aún era muy pronto para decidirlo pero que era el único hombre con el que me gustaba hablar. Sabía que tenía algo especial y me hacía muy feliz porque podía ser yo misma.

Manolo venía todas las tardes a esperarme y desde las siete que salía hasta las ocho que subía a ayudar a mi papa, estaba con él. Manolo me decía que cuando consiguiera un trabajo bueno quería casarse conmigo.

Mi tía Amparo y mi tío Miguel estaban muy contentos. Decían que habíamos nacido el uno para el otro. Mis tíos lo querían como a un hijo y nos decían que nos ayudarían en todo lo que fuera necesario para poder casarnos. Ya nos habían comprado una cubertería y una lámpara para el comedor. Mis tíos eran dueños de la pastelería Rivoli que estaba en la Plaza del Ayuntamiento y de un cine. El bar del cine se lo dieron a Manolo para que tuviese, junto con las representaciones que hacía, más ingresos.

Mi mamá también estaba muy contenta y le gustaba mucho nuestra amistad. Yo naturalmente le contaba todo.

Una tarde, al empezar a pasear se puso a llover torrencialmente y yo le dije a Manolo de ir a mi casa para que saludara a mis padres y, mientras dejaba de llover, le prestaba un paraguas. Al tocar la puerta, abrió mi padre la puerta y Manolo excusó su presencia en mi casa argumentando que yo tenía mucho frio y era mejor que estuviéramos en casa, antes que estar en el patio. Mi padre que se quedó muy sorprendido, nos dijo que lo había hecho muy bien y afirmó que estaba al corriente de nuestra amistad y le dijo a Manolo que casa ya teníamos por si habíamos pensado en casarnos e incluso podría darle alguna representación de las suyas.

Mi papa le dijo a Manolo lo que yo significaba para él y mi mamá que no sabía cómo mirarnos se emocionó mucho. Yo también me emocioné mucho y nos abrazamos juntos. Manolo, también emocionado, le dijo a mi papá que en el momento en el que ganará más dinero quería casarse conmigo pues me quería desde que me conoció en Cortés.

Esa noche Manolo se quedó a cenar en mi casa, e inmediatamente después de que se fuera de mi casa, mi tía Amparo y mi tío Miguel subieron a mi casa para decirle a mi padre que nos ayudarían en todo lo que necesitásemos para que tuviéramos una buena boda. Fue entonces cuando mi padre contestó que él correría con todos los gastos de la boda de su hija.

Casarse en mayo

A mí me gustaba mucho el mes de mayo y quería casarme en la Virgen de los Desamparados e ir de viaje a Lourdes. Me parecía que todo eso valía mucho dinero y no sabía si podría hacerlo hasta que no hablase con mi papá. Otra de mis ilusiones era poder dejar el ramo de novia en el convento de las monjitas a la Virgen Milagrosa.

Sor María que me conocía desde que era joven y durante muchos años, quería venir a ver mi enlace en la basílica de la Patrona de Valencia. Las monjitas me regalaron un juego de cama bordado a mano muy bonito y me agradecieron que quisiese dejar mi ramo de novia allí en la Milagrosa.

Un día después de ayudar a mi padre, me preguntó si ya tenía claro cómo quería casarme. Yo le dije que sí, pero que valía mucho dinero y pensaba que no podría casarme así y además ir de viaje a Lourdes. Mi papá me miró y me dijo que me fuera a la agencia de viajes para que me organizaran el viaje yendo primero a París y recorrer Francia hasta llegar a Lourdes. Me dijo que no me preocupara por nada puesto que él lo pagaría todo y tendría la boda que siempre había soñado.

Tuve una boda como yo había soñado. Ese día la Virgen estaba preciosa. La puerta principal de la basílica de Valencia se abrió cuando entré del brazo de mi padre. Había una gran alfombra roja con flores y una música tocando de fondo. El novio con la madrina me esperaba al pie del altar. Durante toda la ceremonia sonaba la música. La ceremonia tuvo un encanto especial. Todos los invitados estaban emocionados y al salir de la iglesia todos nos abrazaron diciendo que nunca antes habían visto una ceremonia igual.

Después de la ceremonia, Manolo y yo fuimos a hacernos las fotos y los invitados fueron al hotel donde celebramos la boda. Cuando entramos los novios con nuestros padres, el comedor estaba lleno de flores. En el centro de la mesa presidencial había una enorme tarta.

No sé cuánto duró la comida, pero recuerdo que yo no comí nada porque venían constantemente a felicitarnos a la mesa. Después de cortar la tarta y bailar el famoso vals con mi padre, Manolo y yo nos despedimos agradeciendo a todos los invitados su asistencia. Fui a dejar mi ramo a la Virgen de la Milagrosa donde yo había ido a bordar y donde estaban mis queridas monjitas. Antes de salir del lujoso comedor, pedí que cortasen un gran trozo de tarta para llevarlo a mis queridas monjitas.

Cuando Manolo y yo llegamos, todas las monjitas nos abrazaron y la Superiora me agradeció que quisiese dejar allí el ramo.

De allí fuimos a casa para cambiarnos y empezar nuestro viaje de novios, que empezó en Madrid. Primero fuimos a París donde estuvimos un total de 8 días viendo acompañados por un guía lo más importante de la capital hasta que llegamos a Lourdes. Nuestro viaje duró en total 3 semanas en el que todo fue maravilloso.

Al llegar a Madrid nuestros amigos nos esperaban para llevarnos e a ver Madrid y alrededores. Yo conocía Madrid porque había estado en varias ocasiones, pero Manolo no lo conocía y nos quedamos unos días para que pudiera visitar la ciudad. La verdad es que nuestro viaje de novios fue muchísimo mejor de lo que habría podido imaginar.

Después de casarnos, le dieron a mi marido una representación muy buena de colchones, almohadas, etc. Yo le ayudaba mucho. Parece que habíamos nacido el uno para el otro. Siempre estábamos de acuerdo en todo y no discutíamos nunca. Éramos una pareja más que feliz.

Felices con el 600

Con el dinero que ahorramos nos compramos un coche 600 que nos salió muy bueno y nos costó 600 mil pesetas.

Durante nuestro matrimonio hicimos muchos viajes a Andorra. Era un paisaje precioso con mucha nieve. Mi marido disfrutaba mucho caminando por la nieve, y yo también que me tuve que comprar un abrigo porque el que llevaba era muy poco abrigado y pasaba mucho frío.

Nuestro día a día consistía en trabajar, pero sin dejar de ayudar en casa. Después de comer, Manolo iba con el 600 a la pastelería Rívoli que estaba en la plaza del Caudillo a recoger a mi tío Miguel que ya era mayor y se fatigaba mucho al caminar. Ellos nunca tuvieron hijos y querían mucho a Mandolín, como ellos le llamaban. Estaban muy agradecidos con él. Siempre le regalaban pasteles.

Cada día nos queríamos más y más.

Preocupada por Manolo

Nuestra vida de casados transcurría feliz, pero al mismo tiempo yo estaba muy preocupada porque Manolo cada vez se constipaba más. Desde pequeño le había ocurrido.

Un día nos llamó la madrastra de Manolo y nos dijo que su padre había muerto porque durante un constipado le falló el corazón. Nos fuimos rápidamente los dos al pueblo y cuando llegamos ya nos lo encontramos en el velatorio.

Poco después Manolo empezó a tener mucha fiebre y a estar muy constipado. Un día, tuvimos una reunión de médicos en casa y nos dijeron que tenían que operar a Manolo. Tenía un pulmón encharcado. El 26 de diciembre entramos en el Hospital y le dieron toda la medicación para la operación que era el día 27. Los primeros días los pasó bien pero el 29 de diciembre empezó a dormir de una forma rara, no le notaba bien. Llamamos al médico y me dijeron que Manolo se estaba muriendo. Llamamos a un sacerdote que le dio la extremaunción y, apretándome mucho la mano, Manolo falleció. Tenía 37 años.

El 30 de diciembre enterraron a mi marido y las monjitas le hicieron una misa en la Beneficencia, donde yo había ido a bordar.

Trabajo

Cuando mi marido estaba en la cama con fiebre vino a verlo el señor Ruiz, el jefe de ventas, con el que hablé poco después de la muerte de Manolo. Le dije que quería trabajar en la delegación que habían abierto. Él habló con el jefe, el señor Gurina, que pidió primero que me repusiera del duro golpe de la muerte de mi marido antes de trabajar y que vendría a hablar conmigo.

Pocos días después vino a hablar conmigo, y me dijo que mi petición de trabajo no había caído en saco roto. Me enseñó unos papeles y me dijo que en el momento en el que firmásemos los papeles sería una empleada más. Firmé rápidamente, me dio una caja de bobones y me dijo que esperaba que trabajase con ellos durante muchos años.

Y así fue, trabajé con ellos durante 20 años hasta mi jubilación.

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